Por Rogelio Ramos Domínguez
Blog Cuba Posible
En el 1992 conocí a un hombre que no tenía para el almuerzo y se comió a su perro. Eran años sin comida, sin medicina, sin libros donde un radio podía ser el único acompañante.
Juan Carlos Roque García no ha encontrado un carnívoro sino lo contrario, una historia de amor, una saga que vale la pena tener entre los textos queridos. Ha encontrado un radio, una madre en la Cuba de los noventa, un hijo que se larga tras su deseo, su destino y con la patria dentro.
El radio es quien inicia todo. Cuba, lo dice el libro, es una de las naciones que más cartas enviaba a la emisora mundial de Holanda. Lo sabe Roque, un periodista que por 18 años hizo allí su trabajo y, día tras día, leía las necesidades, las añoranzas de gente que desde miles kilómetros emite esas misivas.
Olga Villegas vive en La Habana, tiene el televisor roto. Pocas veces llega el agua a su apartamento en La Habana Vieja, está sola, uno de sus dos hijos fue a exponer fuera y decidió radicarse después en Estados Unidos.
Un radio soviético es la única compañía de esta mujer octogenaria; por eso busca, en medio de los apagones, la luz que le trae su radio y domingo tras domingo escribe cartas a Frank León, su hijo. En ellas la mujer describe su existencia, su relación con los amigos y los de Frank, el modo en que el país vive la más temible crisis imaginable.
“Cartas de una madre” logra agrupar varias esencias de Cuba: la emigración, el periodo especial, la relación madre–hijo, la radio.
En el texto se pueden encontrar las vivencias de momentos fundamentales de Cuba como el 10 de junio de dos 2012 con la ratificación mediante plebiscito del contenido socialista de la Constitución de la República de Cuba, la aparición de la Neuritis o el ascenso de Roberto Robaina a ministro de Relaciones Exteriores.
Los grandes acontecimientos sumados a la vida de Olga y su hijo: exposiciones de él, carencias y trámites imposibles de ella, la lejanía, el dolor, la imposibilidad de encontrarse y en medio de todo la radio. El periodista que logra unir a esa familia atravesada por la circunstancia, el agua y la historia.
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Son poco más de 300 páginas con cartas de una madre de 84 años a su hijo que vive en la orilla opuesta, son los abrazos imposibles nacidos en la tierra de Félix B Caignet, un radio Selena y la idea de no regresar que tiene un hijo.
Son misivas de una madre cubana escritas desde La Habana Vieja y en pleno periodo especial. Trazas de pena y amor, de dolor y esperanza. Un libro para entender un país con su gran historia, sus errores y sus aciertos, pero no con la frialdad de un acumulador de datos. Es la vida escrita por Olga Villegas, una mujer que jamás perdió la fe y pudo reencontrarse con su hijo a través de las letras y de la radio.
Una historia conmovedora que me ha enamorado de Olga Villegas: una gran madre, una gran mujer, una gran persona. Muchas gracias a Juan Carlos Roque por haberse dado cuenta de que Olga es también una escritora auténtica, capaz de retratar personajes (miembros de su familia o amigos) cuyas peripecias seguimos con interés de una carta a otra, de expresar pensamientos y sentimientos en un estilo propio, de reflejar la dura realidad de Cuba desde la perspectiva de un ciudadano común y corriente. De las cartas que Olga escribió a su hijo exiliado he aprendido mucho más cosas de Cuba que de mil artículos o estudios de periodistas o analistas. Pude ver semejanzas y diferencias con la Rumania de la época de Ceausescu. Igual que en Cuba tuvimos libretas de alimentos, un teléfono compartido con los vecinos de todo un edificio, las permutas de una casa a otra, pero también es cierto que había mucho menos libertad. Una madre de aquí no habría podido escribir a su hijo exiliado cartas con tantos detalles de la vida diaria, tampoco habría podido escuchar emisoras de radio extranjeras por onda corta porque era considerado un delito contra la seguridad nacional. Lo hacíamos pero a escondidas. Quiero decir con esto que es un libro que puede interesar a mucha más gente que a los cubanos. Muchas gracias también al hijo de Olga, Frank León, por haber aceptado compartir con nostros las cartas de su madre cuyo destinatario somos ahora todos los lectores.
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