«Entre habanos», el placer de la buena lectura

Por Arnoldo Fernández


(Advertencia: Este análisis literario de la novela contiene spoilers)
Acabo de leer la novela Entre Habanos (Roque Libros, 2020) y siento el placer de la buena lectura como gozo que me salta en el espíritu.

Me gusta la caracterización de los personajes, sobre todo el de Paca e Ignacio, desde los cuales está contada la novela.

Los personajes de Manolo y Arturo están bien delineados, creíbles, en verdad son lo que Virgilio Piñera llamó “hombres masa bajo el efecto zombi”. En el caso de Manolo, por momentos se roba el encanto de la novela, su historia se vuelve tan atractiva, tan real, que quema profundamente, sobre todo por sus dilemas con su padre canario, la evocación que hace del mismo al verlo en el personaje de El viejo y el mar, su ruptura con la visión doméstica de la familia, construida por su padre, cuando se fue a Playa Girón desobedeciendo el mandato patriarcal, ahora añorado, pero tan afectivo, lúcido. El padre muere a los 64 años en alta mar, supuestamente vencido por un gran pez, sin embargo, Manolo está convencido que no fue así, murió porque no pudo cargar con el dolor de perder a un hijo robado por una utopía; de esa misma utopía, —escapa— la hija de Manolo, se enamora de un alemán, convencida del destino que quiere darse. Cruza el límite entre dos sistemas y opta por una visión de la vida. Manolo será obligado a elegir entre el Partido y la familia, —un dilema que persiguió a tantos—, —aún los persigue— apostó por la familia, todo por ella, por su hija, aunque casi le cuesta la vida por un infarto. El personaje de Manolo está muy bien logrado, yo me atrevería a afirmar que es el más logrado de toda la novela.

El personaje de Arturito es un buen retrato de esos jóvenes que no saben nada de cultura universal, cubana, y creen ciegamente en los sagrados mandamientos de las organizaciones políticas. No me convenció su evolución dramática y cómo el personaje de Julia y su tormentoso accidente lo salvó de su absurda mediocridad ideológica. Es un personaje del cual esperaba maldad y no que evolucionara hacia el bien, al darle apoyo a una mujer que lo cautivó desde el principio de verla y con la cual se casó. Me pareció bellísima la imagen cuando le pide sea su novia y coloca en uno de sus dedos un anillo de tabaco, una marca pudiera decirse.

En cuanto al personaje de Dani, me parece muy inteligente la técnica usada para aprovecharse de una crisis de conciencia producto de una borrachera, para contar su paso por la UMAP en la década de 1960, las penas sufridas allí y la discriminación que arrastra a todos lados por su homosexualidad. La caracterización de los dilemas enfrentados, lo obliga a tomar el camino de la emigración, — como ya lo hizo el Diego de Fresa y chocolate; otra vez la misma persecución, los mismos celadores, los mismos fiscales…, entonces el desenlace del Mariel, el tío emigrado de Paca que lo recibe y ayuda a sobrevivir hasta volver a encontrarse con el oficio de torcedor de tabacos de un magnate de apellido Padrón.  Es un hombre, que en un país “libre”, pudiera decirse, triunfa, porque nadie pone rejas a sus sueños. Incluso, me encanta cuando vinculas a Dani con un escritor amigo de Virgilio Piñera para justificar hablar sobre su vida y obra.

Otra cosa que me ha encantado en la novela son los guiños con Lezama, Gutiérrez Alea, Ballagas y el orwelleano 1984; yo creo con toda honestidad que ambientan muy bien la novela, la airean con el soplo de esos mundos; funcionan como contrapuntos para lectores inteligentes; mientras acá (Cuba) llegamos al mundo ideal, una novela de altura mayor (1984), decía lo contrario y mostraba descarnadamente el mundo que hizo pedazos a la hija de Manolo, al propio Manolo, a Ballagas, a Lezama, a Virgilio, a Dani, a Ignacio, a Paca, sus padres y a muchos como ellos.

Lo religioso asoma tenuemente al plantear algo, no nuevo, en la novelística de la revolución: las contradicciones entre el hombre estalinista y el tradicionalista—católico, una dimensión de nuestra cultura que no puede ignorarse, por el daño generado en el tejido familiar, sobre todo.

Me gusta cuando asomas como personaje, al estilo de los viejos corresponsales, y cubres los principales acontecimientos del pueblo. Incluso es logrado el momento donde ya apareces dando cobertura al carnaval del pueblo, como un consumado periodista.

También me gusta mucho la pasión por la radio, —onda corta, sobre todo—, para confrontar informaciones del acontecer nacional e internacional, la manera en que Ignacio lo hace y construye una alternatividad, de alguna manera, la que muchos hicimos para no ser cegados por la propaganda.

El tratamiento de la epidemia de dengue desde el acontecer noticioso –leído por Ignacio— y la forma en que cada uno de los personajes lo contextualiza en sus entornos vitales y muestran sus dudas por las cifras, la realidad, el dirigente –ya visto en «La confabulación de la araña»— de Guillermo Vidal Ortiz, saltan aquí de manera fresca, espontánea.

La novela tiene tres finales, al menos yo lo siento, así como lector:

1. Cuando se unen todos los personajes en la boda de Paca-Toni y triunfa el amor, la amistad, la familia.

2. Cuando la gente se une en el carnaval de 1984 y hace de la fiesta un momento de disfrute por encima de los condicionamientos ideológicos, las barreras anulantes, la discriminación y se unen en una alegría contagiosa.

3. Cuando el personaje Fidel, ya esbozado a lo largo de la novela, con sus discursos que funcionan como diálogos con los torcedores de tabaco —gracias a la mediación de Ignacio—, deja de fumar y la novela cierra su última página con esa información.

Como lector me quedo con el primero de los finales, me parece el más logrado, el más sólido, el que más convence, porque está acompañado por un tono narrativo intenso, por momentos con clímax trascendentes y desenlaces dramáticos bien planteados.

Amigo mío, abrazos, para ser lo que usted llama un “experimento narrativo”, es un comienzo a lo Loveira —uno de mis favoritos—, no dudo en que vendrán otras novelas suyas, así que no pare de escribirlas.

Ojalá y se decida a contar una novela sobre el mundo radial en Cuba, —sé que ya escribió un libro que también leí sobre su biografía familiar e intelectual donde está ese mundo—, pero creo, con toda honestidad, que nadie mejor que usted para contarlo en una novela, que hasta donde sé, en Cuba nadie lo hizo, a no ser las incursiones de Alejo Carpentier, pero no como novela total del medio.

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